Y llegó el tan anunciado día de los sombreros, uno el que mediante un juego, el de que cada alumno debía traer un sombrero a clase fuera del tipo que fuera para hacer un ejercicio in situ.
Bien, yo no llevé un sombrero como tal, solo un gorro de invierno y por encima una luz de minero que usé de vez en cuando para hacer espeleología (y en alguna fiesta también, para que negarlo) pero a la gente con la que suelo llevarlo le pareció cuanto menos curioso.
Esto, que parecería un ejercicio de pre-escolar, no le viene al caso, porque lleva encriptado uno de los métodos de creatividad más curiosos que he visto este curso, y en verdad también en toda la carrera: el método de los seis sombreros de Edward de Bono.
A través de los sombreros y sus correspondientes colores, se desarrolla un sistema creativo en el cual cada color se relaciona con un pensamiento en concreto, teniendo un gran poder conceptual.
Así, a grandes rasgos, el sombrero blanco representaba las personas objetivas, el negro a las negativas, el amarillo a las positivas, el azul a los tranquilos y reposados, el rojo a los pasionales y el verde a los más creativos.
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